Wilfredo Miranda Aburto
17 de mayo 2023

No es agua helada: o la oposición se une ya o no habrá transición a la democracia

Nicaragüenses participan en una protesta en Miami, Estados Unidos. Foto de EFE.

Algunos opositores nicaragüenses volvieron a descubrir el agua helada después de escuchar la homilía del obispo Silvio Baéz el pasado 7 de mayo en Chicago: que Nicaragua y los nicaragüenses demandan unidad frente a la dictadura criminal de Daniel Ortega y Rosario Murillo. De inmediato, las reacciones de algunos sectores suscribieron las palabras del obispo y expresaron que van a “construir un camino diferente para lograr la unidad”. 

Han pasado más de cinco años desde abril de 2018, esa explosión autoconvocada de libertad y democracia que, como es natural, recayó en los liderazgos sociopolíticos que existían antes y los que nacieron en la rebelión popular. La oposición sin duda, al igual que todos los nicaragüenses, ha pasado cinco años sufriendo los embates represivos del régimen. Cárcel, exilio, confiscaciones, asesinatos, torturas, despojos… un menú represivo vasto que no amaina. Abril hizo confluir a todos los espectros ideológicos, morales y sociales posibles contra los criminales de lesa humanidad, incluso hasta adeptos al régimen. 

Es normal que en una oposición tan diversa haya serias diferencias de posturas y planteamientos. Fisuras ideológicas hondas que, durante este largo ejercicio de buscar la unidad, han reñido. 

En procesos tan complejos como el nicaragüense –en el que nunca ha existido verdadera memoria histórica, justicia y reparación para todos– resultan comunes las desconfianzas entre unos y otros. El gran error ha sido creer que la tan anhelada unidad debe ser entre iguales. Nada más absurdo. La unidad se construye entre diferentes: antagonismo, antítesis. Sobre todo en circunstancias en la que median crímenes de lesa humanidad que no hacen distingos. Aunque en este caso, los polos opuestos no se atraen plenamente, hay que intentarlo. Es urgente: una unidad basada en las diferencias, porque es el camino más viable para una transición democrática. El único objetivo común debe ser salir de los Ortega-Murillo. Las diferencias ideológicas y de principios, de cara a un país con un nuevo pacto social, deben discutirse en democracia. La ideología importa porque moldea sociedades, pero no es el momento para estancarnos en esa discusión sempiterna. 

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Organizaciones políticas y sociales han surgido en Nicaragua y sobre todo en el exilio. El anuncio que han hecho varias organizaciones territoriales, exiliadas y de la diáspora de encontrarse es grato, pero dudoso. ¿Se tratará de otro comunicado que queda como papel mojado? Esperemos que no. La gente está cansada de esos amagos y desencuentros, aunque es difícil no cometerlos frente a un régimen tan hábil en la perversidad y el arte de la división. Algunos vieron espejismos en noviembre de 2021 y se estrellaron. Cierto es que han existido egos, intereses, olvidos y malas intenciones. Sin embargo, debo decir que he sido testigo de cómo muchos opositores ganaron madurez política tras su paso por la infame prisión de El Chipote. También he de decir que, en Costa Rica, el espacio de Monteverde cumplió uno de sus principales cometidos: sentar en una misma mesa a figuras que ni siquiera se hablaban. 

Ahora, en Estados Unidos, un ruido vuelve a ensombrecer la posibilidad de una esperanza. Y debe resolverse pronto por el bien común. La estridencia proviene de sectores que, en este contexto, resultan sospechosos por sus posiciones cerriles a la hora de condicionar la unidad con la ideología: izquierda-derecha, antisandinismo… No cejan en atacar al mismo enemigo prefabricado por los Ortega-Murillo, como bien lo ha demostrado el abogado Yader Morazán: el Movimiento Renovador Sandinista (MRS). Una agrupación que, conscientes del lastre histórico en el que se convirtió el sandinismo, cambió el nombre a Unión Democrática Renovadora (Unamos). 

En la actualidad, ninguno de los candidatos con más posibilidades a postularse a la presidencia son de Unamos. “Los únicos que sacan la cara ahora son: Maradiaga, Medardo, Juan Sebastián y Peraza. Ninguno sandinista. Y hay tres liberales ahí”, recordó, acertadamente, mi colega Miguel Mendoza hace unas semanas. En conversaciones con varios actores opositores, ninguno me ha dicho que las chicas del liderazgo de Unamos (Ana Margarita, Suyen y Tamara) pretendan imponer sus principios, como quieren hacer ver estos sectores vociferantes, que recurren a demonizar la “ideología de género”, la diversidad sexual, el aborto, la socialdemocracia, entre otras posturas para azuzar la polémica innecesaria. Cada uno tiene derecho a pensar y creer lo que quiera,  pero esas son discusiones para después, porque en este momento solo dividen. Algunos sectores, en especial, en Florida, le sirven la mesa al régimen que presumen adversar. 

En esta lucha contra la dictadura se necesitan a los “zurdos” para que convenzan a los izquierdistas y a los de derecha para que convenzan a los derechistas con el fin de tomar posiciones beligerantes frente a la barbarie. Hasta ahora, el resultado de enfocar acciones en común ha dado resultados. Por eso los Ortega-Murillo están sancionados y aislados. Por eso, como desterrados y exiliados, se nos ha otorgado refugio, parole, nacionalidades. Se necesita de todos en este afán colectivo por la democracia. 

Sinceramente, no se puede aspirar a construir una democracia basada en medias verdades y relatos maniqueos de la historia. Estos sectores recalcitrantes no pueden pretender ser jueces de los hechos de ayer y hoy. No les compete. La delimitación de responsabilidades criminales –de un lado y otro– durante los setenta, ochenta y la actualidad, pasa por la construcción de una memoria histórica integral, apegada a la justicia universal. “No se debe olvidar que el peligro para la sociedad no es el recuerdo del pasado, sino su olvido”, plantea el historiador alemán Walther L. Bernecker. Y nadie, de entre quienes estos sectores atacan, plantea olvido, sino luz sobre nuestras sombras históricas y sangrantes. Un ejercicio complicado pero necesario para sacudirnos de una vez por todas la desventura. Sin embargo, eso solo puede suceder si conseguimos una transición democrática.  

Un ejemplo a estudiar es el de España, donde la transición a la democracia fue menos accidentada cuando todo el espectro opositor se unió por encima de las diferencias. Diversos movimientos de protesta confluyeron en la recta final del franquismo. Esa unidad fue formada por filas ideológicamente muy dispares entre sí, pero con un objetivo primario: el derrocamiento del régimen dictatorial y el establecimiento de una democracia representativa. Aunque sin poder derribar al “Generalísimo”, los movimientos de oposición españoles consumaron una amplia red social de contestación a la dictadura, una que tomó más fuerza tras la muerte de Franco y resultó clave para la transición. Uno de los pilares para una sociedad que, hasta el día de hoy, resuelve su memoria histórica y avanza con sus diferencias en un Estado de Derecho. 

Ojalá que la oposición de Nicaragua no se una solo porque lo dice el respetado obispo Silvio Báez, sino porque toda experiencia dolorosa que los nicaragüenses estamos pasando lo demanda. Que eso les motive genuinamente a converger. Si no lo logran, no solo serán una decepción nacional, sino que se acercarán a ser  colaboradores de este calvario compartido. 

Antes de terminar, les dejo una reflexión de nuestro Rubén Darío, quien siempre fue un gran visionario: “Los políticos del día parece que para nada se diesen cuenta del menoscabo sufrido, y agotan sus energías en chicanas interiores, en batallas de grupos aislados, en asuntos parciales de partidos, sin preocuparse de la suerte común, sin buscar el remedio al daño general, a las heridas en carne de la nación”. Ojalá, unos más que otros, ya no sean como este tipo de políticos. Evolucionen, demuestren compromiso real por Nicaragua. Tienen en manos su último capital político, no lo desperdicien.

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.