Complices Divergentes
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Wilfredo Miranda Aburto
2 de abril 2025

Los dientes que le faltan a la sonrisa de la “copresidenta” Murillo y la barba “Bukele style” de Laureano


La sonrisa con varios dientes menos que la “copresidenta” Rosario Murillo ha exhibido en los últimos actos públicos de su dictadura compartida con Daniel Ortega ha sido motivo de memes y burlas en las redes sociales. Pero en este artículo no nos ocupa la burla, sino entender lo que esa sonrisa nos dice de ella y del poder absoluto que ostenta. Una sonrisa que desde hace varios años ya era abultada por unas encías inflamadas y a veces retraídas con los dientes pronunciados y afilados. Dientes con indicios de necrosis pulpar y acumulación de sarro. Sin embargo, la condición ha empeorado últimamente porque es evidente que, con el paso del tiempo, tiene menos piezas dentales inferiores. Consulté a dentistas sobre el estado de la dentadura de esta mujer que ejerce el poder de manera obstinada, imperiosa y despiadada. Y el diagnóstico, a juzgar por sus fotos y videos de sus intervenciones, es el mismo: la “compañera” sufre enfermedad periodontal avanzada.

Se trata, dice la ciencia, de “una condición inflamatoria crónica que afecta los tejidos de soporte de los dientes: encías, ligamento periodontal, cemento radicular y hueso alveolar”. Puede llegar, si no se trata adecuadamente con un especialista, a la pérdida de dientes en casos extremos. Aunque la enfermedad periodontal puede aparecer a cualquier edad, suele manifestarse más en los adultos mayores. La “copresidenta” Murillo tiene 73 años de edad y, según fuentes sandinistas, visitar al odontólogo nunca ha sido su fuerte.

Los odontólogos aseguran que la enfermedad periodontal puede aparecer por diversos factores: consumo excesivo de cigarros, marihuana, vapeo o padecimiento de diabetes, mala higiene bucal y estrés. Hasta aquí, lo que la sonrisa nos dice sobre la “copresidenta” Murillo y sus posibles hábitos, una dictadora que duerme poco y que suele llamar de madrugada a sus ministros para regañarlos o darles órdenes, porque ella no sabe orientar. Una vida marcada por el estrés.

Ahora, esa misma sonrisa nos dirá sobre el poder omnímodo que ella ostenta: fuentes sandinistas consultadas me cuentan que Murillo sabe de su enfermedad periodontal avanzada, pero se niega por todos los medios a acudir a un dentista para tratarse. Y no hay nadie en El Carmen (es decir la residencia personal, despacho presidencial y casa del partido sandinista) que ose a contradecir a esta mujer que no sólo se situó en la primera línea de la sucesión constitucional del poder, sino que convenció a su marido de reformar la Constitución Política para fabricar asidero legal al poder que de facto ejercía. Poder que ha ganado con ambición y sin descanso durante todos estos años, incluso en terrenos que le eran ajenos y se consideraban de administración exclusiva de Ortega: la policía, el Ejército de Nicaragua, los negocios y la potestad de disparar a matar, encarcelar o exiliar a opositores y críticos de toda índole

Murillo es en la práctica la figura más poderosa de la dictadura familiar. Incluso gestiona más poder real y operativo que su marido desde 2018, quien sólo tiene más poder a nivel simbólico. Es el viejo comandante de la revolución sandinista al que las bases del partido respetan. A la vez, es un anciano cada vez más lento y mucho menos hiperactivo que su mujer en la administración de la tiranía. Pero con Murillo es distinto: no la respetan, le temen, porque ha conseguido con pulso depredador su impronta en el Estado, el partido y las fuerzas armadas, recientemente con la capitulación total de la jefatura militar a los dictados de la “copresidencia”. 

Señalada en el mismo renglón que Ortega como criminales de lesa humanidad, Murillo ha levantado una muralla casi infranqueable alrededor de su círculo íntimo del poder y familiar. Se muestra como una dictadora intocable, pero a ratos traicionada por sus frecuentes arrebatos de furia, que la exponen como una personalidad iracunda, vengativa y desalmada. De Murillo sabemos que es un personaje ecléctico, esotérico, creyente de Sai Baba; que es adicta al trabajo y que por poder negocia lo que sea, incluida a su propia hija, Zoilamérica, abusada sexualmente desde los once años por Ortega. 

Una mujer superlativamente controladora que mantiene a raya a su nutrida familia, en especial a sus hijos, quienes no pueden ni tener una tarjeta de crédito propia, porque cada gasto por pequeño que sea lo controla Murillo a través de Sandra Guevara, una leal institutriz que acompaña al clan desde los años ochenta. Los hermanos Ortega-Murillo (a excepción de Rafael Ortega) viven en el complejo El Carmen, bajo las directrices que su madre impone a la familia con severidad. Desde 2018, el año de las protestas que policías y paramilitares reventaron con disparos letales, los hijos y sus esposas viven cercados –y desesperados–, aunque últimamente han recuperado su movilidad por el país, siempre y cuando vayan fuertemente escoltados. 

Los dientes que le faltan a la sonrisa de la “copresidenta” Murillo y la barba “Bukele style” de Laureano
Con el paso del tiempo ha empeorada la enfermedad dental de Murillo.

A nivel político, Murillo le ha asignado un rol público a cada uno de sus hijos, hijas y hasta a uno de sus últimos nietos en función del proyecto totalitario. No obstante, en el plan de sucesión dinástica ella optó –después de ver que Juan Carlos no servía para esa empresa política– por bendecir como delfín a Laureano, un dandi de rolex en la muñeca, barba recortada con pulcritud, sonrisa reluciente, trajes impecables, musculoso y amante de la opera. Laureano fue nombrado como asesor presidencial en temas de inversión extranjera, pero en 2023 Murillo lo catapultó como “representante especial del secretario general del FSLN”, un cargo que únicamente había ocupado su padre.

La figura de Laureano brotó como espuma y su imagen se destacó entre la militancia sandinista joven, a tal punto que en Tik Tok habían miles de publicaciones –no sabemos cuántas orgánicas– destacando no lo que el asesor presidencial decía en los actos que encabezaba, sino lo “simpático y guapo” de su físico; sus trajes y sus poses que pronto empezaron a dar un aire –o ser visto– como una versión de Nayib Bukele, el mega popular presidente salvadoreño, que se ha vuelto un modelo a seguir en la región entre aspirantes a mandatarios.

Sobre todo esa barba negra “Bukele Style”, muy cuidada. Me dicen las fuentes sandinistas que ese “carisma” no le gustó nada a la “copresidenta”, razón por la cual ordenó bajar el “nivel al perfil” de Laureano. Si bien en diciembre de 2024 fue autorizado para suscribir acuerdos bilaterales con Rusia y dar una entrevista a la cadena moscovita RT en un tono de sobrada autoridad, de sucesor, en 2025 Murillo ha vuelto a relegar a Laureano a actos de poca monta, como la “Clausura del Plan de Protección y Seguridad a la Cosecha Cafetalera” y eventos culturales. 

Los dientes que le faltan a la sonrisa de la “copresidenta” Murillo y la barba “Bukele style” de Laureano

“Como que Laureano se volvió, por sí solo, algo popular y eso no le gustó a la compañera”, coinciden las fuentes sandinistas. “¿Recelo, envidia de su propio hijo que ella y Ortega bendijeron como delfín de la sucesión?”, les pregunté. Todos asintieron. Y es que la “copresidenta” es un cuadro psicológico complejo, con tintes sociópatas, pero no mucho sabemos de sus miedos. Conocemos pocos, siendo el primer miedo perder el poder por el que tanto ha peleado. Por eso detesta que cualquiera le haga sombra, no importa si se trata de su propio hijo. Descarta y machaca cuando ve que su poder puede correr riesgo.

Es por esa misma razón que después de no poder ser presidenta, debido a la sublevación pacífica de la ciudadanía en 2018 (por eso tanto odio y venganza enconada contra todos a los que considera adversarios), Murillo pujó hasta lograr una reforma constitucional que impone la “copresidencia”, resolviendo así la incógnita de la sucesión del poder: sigue siendo ella y nadie más que ella la heredera. Por eso la Constitución OrMU no sólo sepultó las ruinas de la independencia de poderes, sino que sometió por fin a los militares a las sandalias de Murillo, un cabo de lealtad obligada que todavía le quedaba suelto.  

Aparte de esos miedos políticos, las fuentes sandinistas me cuentan que se han dado cuenta que Murillo tiene otro“terror”: ir al dentista. “Es un terror bien profundo, porque se niega a ir a consulta. En el fondo tiene miedo que le hagan algo y no entendemos ese terror, porque la familia tiene médicos de suma confianza que no le van a hacer daño”, aseguran. 

En otras palabras, la “copresidenta” no confía en nadie, mucho menos sentarse en el sillón de un odontólogo y abrirle su boca, en especial cuando ella ha ordenado tanta represión contra los médicos nicaragüenses. Me supongo que Murillo siente que eso sería quedar demasiado vulnerable, indefensa bajo una luz cegadora y una fresa dental. Qué paradoja la del poder: da colmillos pero a la larga deja desdentado a quienes abusan de él. Qué insospechados son los temores de los sátrapas. 

Me imagino a la “copresidenta” sentada en un consultorio odontólogico y solo recuerdo al alcalde del cuento de García Márquez que, agobiado por un dolor de muela y un absceso en la encía, acudió donde Don Aurelio Escovar, “dentista sin título y buen madrugador”. El alcalde se sentó y sufrió “un vacío helado en los riñones” cuando el dentista empírico le sacó sin anestesia la cordal inferior de un tirón… y Don Aurelio Escovar, al ver al alcalde autoritario retorcerse –“sin rencor, más bien con una amarga ternura”– le dijo: “Aquí nos paga veinte muertos, teniente”. El tema es que la “copresidenta” Murillo tiene que pagar más de 350 muertos y eso, sin duda, le provoca retortijón e insomnio, sobre todo en abril.   

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.