Wilfredo Miranda Aburto
19 de junio 2024

Sobre el “bloque de centro de derecha” de Monteverde o el maniqueísmo político


Antes de empezar a explicarme, quiero aclarar que hablé con todas las partes implicadas. De un lado y otro. Es lo que hacemos los periodistas: escuchar posturas distintas, explicar con honestidad (porque no creo en la objetividad) y, en este caso, ofrecer mi punto de vista. La concertación política opositora de Monteverde ha generado polémica en las últimas semanas por el surgimiento de un autodenominado “bloque de centro derecha”.

El “bloque de centro derecha” nació después que en el seno de Monteverde presentaron un plan de “gobernanza interna” que pretendía dividir la concertación opositora “en familias políticas”. Supuestamente “para balancear fuerzas”, porque han insistido que la “izquierda” domina Monteverde. Un planteamiento bastante falaz, movido con ahínco en foros ultras de Miami, donde la ponderación política e histórica de la trágica historia de nuestro país es maniquea. 

Cuando uno conoce a los integrantes de la Concertación de Monteverde, se puede ver una conformación ecuánime, en la que individuos que vienen de sectores de Sociedad Civil y sectores netamente de izquierda no son mayoría. No voy a entrar en esos detalles, pero, por ejemplo, hay que ser bien injusto y miope políticamente para catalogar a Violeta Granera “de izquierda” solo porque la mayoría de su trayectoria ha sido en Sociedad Civil.  

Volviendo al grano, cuando un integrante del “bloque de centro derecha” me explicó lo de las “familias políticas”, de inmediato me pareció sectario. Un planteamiento basado en encuestas, resultados electorales y creencias caducas, como que la población nicaragüense es de mayoría libero-conservadora. Cuestiones que con precisión no podemos medir, porque desde 2006 no tenemos elecciones creíbles ni otro método fiable.

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Un hecho es que la mayoría de los nicaragüenses están en contra de los criminales de lesa humanidad de Daniel Ortega y Rosario Murillo, y otro muy distinto es —repito— ser maniqueo y agruparnos a todos en una etiqueta política, solo porque es la que me gusta. 

Todas esas “certezas” fueron dinamitadas por el levantamiento popular de 2018. No fueron las ideologías de izquierda o de derecha, o de centro o de cualquier lado, lo que convocaron a la ciudadanía a las calles. Fueron principios democráticos que, a pesar de una historia atravesada por autoritarismos y dictaduras de toda índole, los nicas aún mantenemos. Los principios de la libertad, justicia, igualdad y dignidad que llevaron a un pueblo a plantarle cara a un régimen despótico, que disparó a matar. Una ciudadanía que luchó por principios, no ideologías. Las ideologías son válidas, pero ante una dictadura totalitaria terminan siendo accesorias. Repasen la historia, desde los nazis hasta las dictaduras del Cono Sur. 

Por eso vimos en 2018 a feministas y católicos protestando en las calles, jóvenes con ancianos, empresarios con mujeres sindicalistas de las maquilas, indígenas y campesinos, a la diversidad sexual y evangélicos, a universitarios y estudiantes de secundaria, a pobres, ricos y gente de clase media. ¿O no se acuerdan cuando representantes de los partidos políticos tradicionales eran expulsados por la gente de las manifestaciones? Porque la gente siempre ha tenido la percepción que los políticos tradicionales se “montaban en los caballos existentes” de las causas sociales para sacar réditos. Por eso, después de 2018, surgen tantas organizaciones, porque se carece de partidos políticos que hayan gestionado los conflictos frontalmente, sin antes supeditarlos a sus intereses.

Por otro lado, todavía me resulta tan pueril que muchos de estos opositores etiqueten a los Ortega-Murillo como personajes de izquierda. La pareja dictatorial usa un ropaje de izquierda que es tan falso como aprovechado, cuando en realidad estamos frente a fundamentalistas que disparan contra todos aquellos que no piensan igual o no se someten a sus designios. Talibanes tropicales violentos hasta la médula y que, al mismo tiempo, han aniquilado todo tipo de derechos. Extractivistas de primera marca y que, en su momento, quisieron imponer un estado confesional, pero que, al distanciarse de la Iglesia católica, fue cambiado totalmente por una dictadura personalista y dinástica. La ideología, la religión son ellos: Ortega y Murillo.  

Por eso, a esta altura del partido, me parece sectaria y poco productiva la propuesta de las “familias políticas”. Primero porque genera más desesperanza entre la población que ha visto cómo el capital político que les otorgaron a los opositores en 2018 se ha diluido —cito otra vez a nuestro Rubén Darío— “en chicanas interiores, en batallas de grupos aislados, en asuntos parciales de partidos, sin preocuparse de la suerte común, sin buscar el remedio al daño general, a las heridas en carne de la nación”. 

Segundo, pensar que la discusión ideológica es de suma importancia para la población sólo porque mi tío o mi primo de mi entorno me lo dice es ser, hasta cierto punto, irresponsable. Basta tener una conexión real con la ciudadanía para ver qué temas les aquejan. Las encuestas lo repiten incesantemente: inflación, altos precios, desempleo, economía, crisis… somos un país desangelado, donde más de la mitad de la población quiere migrar. Es bien difícil resistir sin esperanzas, en especial dentro de Nicaragua. Deberían bajarse de su ideológica pulcra torre de marfil y ser más empáticos, más cercanos con la gente. Hablar lo que a la ciudadanía le es de suma necesidad. 

Pretender en este momento instalar una conversación sobre qué ideología tiene más “ética y moral que otra” es ridículo. Ortega y Murillo no han tenido consideraciones ideológicas para matar, apresar, enjuiciar, desterrar, confiscar y desnacionalizar. Usan la misma balastra represiva para todos, inclusos los que estaban con ellos. Este empantanamiento ideológico niega la diversidad de nuestra sociedad; una sociedad moderna a pesar de tantos obstáculos y carencias. Podría ser que Nicaragua sea de mayoría conservadora, pero no podemos anular ni negar a las minorías. Eso es profundamente antidemocrático. ¿No es por democracia que luchan? Sean consecuentes.  

Sobre el “bloque de centro de derecha” de Monteverde o el maniqueísmo político

¿Acaso un derechista preso sufre más que un izquierdista preso? Podría decirles que no, pero en el caso de la dictadura Ortega-Murillo la respuesta es sí: mujeres como Tamara Dávila sufrieron el encono de una dictadura, la tortura superlativa del aislamiento por encima de otras personas con una consideración ideólogica distinta. Pero sacar esta vara para medir es innecesario, pero dejo constancia porque es lo que muchos de este “bloque de centro derecha” están haciendo. Toda posición sectaria divide y toda división en las fuerzas pro democracia sólo favorece a la dictadura

Soy periodista y no temo a decir lo que pruebo, porque ese es mi trabajo: los de este “bloque de centro derecha”, empezando por Kitty Monterrey como caporal de esta facción, son los mismos que en 2021 torpedearon en buena medida la candidatura unificada para enfrentar a Ortega y Murillo en las urnas. A pesar que sufrieron los embates represivos, y volvieron a tener otra oportunidad, vuelven con los mismos torpedos. Torpedos que impactan donde al régimen más les conviene. 

Dicen que son 20 integrantes los que conforman este “bloque de centro derecha”, pero no los conocemos a todos. Incluso hay entre ellos quienes ponderan con grandilocuencia sobre el concepto de la “centro derecha” —qué es ser eso— cuando antes de abril de 2018 elogiaban al régimen y se declaraban “sandinistas”. Digo esto para ver si logran entender el despropósito del sectarismo que empujan, ya que todo cambia (excepto los principios, y si varían pues hay problemas de fondo). 

Para medir o saber la composición ideológica de nuestro país se necesita primero, y ante todo, sacar del poder a los Ortega-Murillo. Necesitamos democracia para empujar un verdadero proceso de memoria, justicia y reparación, empezando, como mínimo desde los ochenta, para llevar al banquillo de los acusados a los responsables de todos los bandos. Sin eso, las heridas que dividen seguirán allí. Pero no podemos caer en —repito— maniqueísmos. Hay que evolucionar políticamente, dejar los egos de un lado, tener discusiones de altura, sin triquiñuelas, porque tienen harta a la gente.  

Para cerrar, creo que este “bloque de centro derecha” tiene posturas más ultras que de centro. Aunque en Monteverde el tema de la diversidad sexual, el feminismo, el aborto y esos temas controversiales nunca han sido el centro de la discusion política, los integrantes de esta facción los utilizan para polarizar. En el fondo, creo que de manera ingenua, porque en el contexto nica no tiene cabida, se montan en esa batalla cultural que libran líderes ultras como Javier Millei, Nayib Bukele, Giorgia Meloni, Santiago Abascal y Donald Trump. Una batalla cultural antiderechos que es —insisto— maniquea pero popular. Sin embargo, pocos réditos puede traerle a la lucha por la democracia en Nicaragua. Mucho menos a estos “centro-derechistas”, porque allí no pintan nada. Un tema que da para otro artículo. 

De modo que muchos de estos integrantes de “centro-derecha”, unos más que otros (porque muchos tiran la piedra y esconden la mano) lo que demuestran es que son unos fundamentalistas que no toleran la diversidad política. Que quienes no piensan idénticos a ellos deben ser anulados, y para eso usan esos eufemismos del “centro-derechismo”. Si en realidad no quieren lidiar con una política variada, donde hayan antagonistas con los que deben y deberían entenderse, mejor funden una iglesia o una secta. 

Mientras sigan como llaneros solitarios o soñando más con la banda presidencial que con el bienestar del país, estaremos estancados y la comunidad internacional más interés perderá. En tanto no reconozcan el rol fundamental de la juventud como agente político de cambio, seguiremos en las tinieblas totalitarias. La culpa es de la dictadura sin duda, pero una parte también la han venido acumulando los opositores. Y eso, la historia lo recordará… Los nicaragüenses necesitan desde hace mucho otro tipo de oposición, una que entienda cuánto vale una libra de queso y que les plantee una alternativa en la que creer. Los nicas no quieren esa bizantina discusión ideológica que, en resumen, lo que esconde son posturas decimonónicas. Entretenimiento de avestruz. 

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Wilfredo Miranda Aburto

Es coordinador editorial y editor de Divergentes, colabora con El País, The Washington Post y The Guardian. Premio Ortega y Gasset y Rey de España.